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Infinito

Comparto mi último artículo publicado en MíraLES MGZ, una historia personal y muy especial para mí. Para leerlo, sigue el siguiente enlace:

Infinito

[…] El precio de las cosas cuando no tienes nada; el de la libertad. Recorrer la ciudad maldita, sola, a altas horas de la madrugada, borrosa. El monstruo terrorífico de las despedidas. Escalar montañas; vértigo. El quererlo todo y no entender nada. El entenderlo todo y no saber qué hacer, cómo hacerlo, qué imagen te devolverá el espejo mañana.
[Extracto]

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Ni en tu casa ni en la mía

A continuación dejo el enlace a mi nuevo artículo para el periódico El Inconformista Digital, sección de sociedad.

Ni en tu casa ni en la mía

«Las fronteras son algo diferente, las fronteras no las ponen la cultura ni los continentes, las fijan las personas y lo que es peor, llegan a matar y humillar por ellas.» [Extracto]

El planeta azul – Segunda parte

 El invierno en Armátiga no es casi frío, la temperatura normal baja sólo unos cuantos grados, pero la lluvia es interminable. Todas la ciudades de cualesquiera planetas estemos hablando, verdes, rojos o grises, se llenan de agua por todos lados, las calles, los campos, los lagos, los ríos. Los charcos hacen las delicias de los niños en los breves lapsos de tiempo que para de llover, el lago Räkjir alcanza su cota máxima y el cielo nocturno deja entrever pocas veces las estrellas, tapadas por las grises nubes cargadas de agua.

Las ciudades tienen la suerte de poseer un descomunal sistema de alcantarillado que recicla y lleva toda el agua que cae en él a los campos, que en esta época del año están plagado de Ünnos, también conocido como El Cereal Lluvioso, base de la mitad de la alimentación de la población Armátiga y que sólo se siembra y recoje en invierno, pues necesita una tierra inundada de agua (como una albufera) para crecer.

Bueno, realmente este magnífico alcantarillado no está disponible en todos los planetas Armátigos, ni el Ünno tampoco. El alcantarillado de los planetas grises se llenó y obstruyó de ceniza en la gran LLuvia de Polvo y no ha vuelto a funcionar desde entonces. Claro que hay secciones, trozos libres ya de ceniza y limpios después de mucho trabajar por ello, pero no es suficiente, para que el alcantarillado pueda funcionar otra vez necesita estar limpio entero, y sin alcantarillado en funcionamiento no llega suficiente agua a los campos libres de ceniza, y sin campos puros inundados de agua no hay Ünno.

Aistar miraba fíjamente la lluvia caer sobre el trozo de campo que había limpiado y plantado con semillas de Rojo nº4 y que ahora estaba vacío. Varios charcos crecían lentamente en sus confines, pero no lo bastante como para ser plantado con El Cereal LLuvioso que además, no sabría dónde conseguir en Grieta, ya que hacía años y años que nadie había vuelto a hablar de él.

A la mente le venían imágenes de campos enteros rebosantes de Ünnos listos para la cosecha que había visto en fotografías en los libros que guardaba de su padre, mientras escuchaba el sonido monótono del chapoteo de la lluvia sobre la tierra que instataneamente, se tragaba el 80% del líquido elemento que la tocaba. El 100% en la zona cenicienta.
Ya no recordaba el sabor del cereal en la comida. Irónicamente Grieta, mucho antes de llamarse así, era el mayor planeta Armátigo en la producción de Ünnos.

Lo que sí recordaba Aistar, en aquella tarde tranquila de inactividad pasada por agua, era el brillo de los ojos de Ëva.

Tenía que hacer algo. La imagen de Ëva cada vez estaba más difusa, como si hubiera existido siempre sólo en sus sueños. Se enfadaba consigo por éso, cómo si fuera algo consciente que estuviese haciendo para continuar su vida adelante en el lugar dónde pertenecía, algo que pudiera controlar. Sólo fue una noche, pensaba. Pero a la vez sentía que no, que no estaba en el lugar que le correspondía en el mundo. Que su sitio estaba muy lejos de allí, independientemente de sus sentimientos hacia su hogar. Por éso se enfadaba consigo, porque no dejaba de pensar en ello, pero a la vez no hacía nada. Sólo sentarse en el porche de su casa a mirar la lluvia mientras la imagen que tenía clavada dentro de sí, se volvía cada un poco más y más borrosa e irreal.

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Ëva sabe que las estrellas están ahí detrás, aunque las nubes las tapen. Por éso sigue andando hasta el lago Räkjir, como todas las noches. Se ha convertido en una costumbre durante el útimo año, algo que cada vez más hace de forma mecánica porque le da paz. Todas las noches se sienta en la orilla, se tumba de espaldas para ver las estrellas cuando el cielo las muestra o se queda mirando pensativamente las aguas del enorme lago moverse lentamente. Tras una hora aproximadamente se va a su casa para dormir una nueva noche.

Aquella noche Ëva, cuando sin saberlo Aistar ya está durmiendo en su cama en Grieta después de haber estado toda la tarde observando la lluvia caer sobre su campo, se pregunta por qué. Por qué el destino le traería a alguien, una sóla noche, para que no se le fuera de la cabeza pero que estuviera a años luz (literalmente) de su lado. Por qué el destino le ponía al alcance de la mano la pieza del puzzle que le faltaba para luego ir borrándola poco a poco de su vida.
Se preguntaba si estaba siendo una persona absurda y quizás loca, especialmente si Aistar ya no se pensaba en aquella noche.
Aquella noche donde no pasó nada pero que sentía dentro como la más importante de su vida.

En algún punto de su interior sabía que no podía hacer nada, salvo esperar que Aistar regresara y la encontrara otra vez. O que el tiempo pasara y le demostrara el error de sus sentimientos.
Al cumplir 16 años Armátigos sus padres le habían instalado el Chip #55. Un mecanismo de control para padres muy popular en la época, te daba 10 años de tranquilidad absoluta sobre tus hijos con él dentro del brazo derecho de ellos implantado mediante tecnología láser al alcance de los más respetados bolsillos, tus hijos no irían a ninguna parte lejos de su planeta rojo de residencia hasta que tú lo decidieras hablando amigablemente con ellos. El Chip #55 creaba un campo de gravedad tan perfecto con el suelo de tu planeta que era imposible que nadie se despegara de él hasta que se desactivaba expresamente.

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Ahora viene uno de ésos momentos desconcertantes que hay en toda historia, especialmente si es una historia de amor, en lo que no se puede explicar exáctamente por qué pasa lo que pasa, por qué los portagonistas toman las decisiones que toman, y éso es exactamente lo que a veces, las hacen grandes historias.

Aistar respiró hondo y tragó saliva. Habían pasado 7 días desde la tarde que se sentara a observar la lluvia caer impasible sobre su campo. Este día llovía mucho más que aquel pero Aistar ya había tomado una decisión y nada le iba a impedir llevarla a cabo. La vieja, destartalada y altamente insegura nave que esta vez había conseguido alquilar tendría que poder despegar de Grieta y llevarle hasta Rojo nº4 a pesar de toda la lluvia del mundo. Era hora de hacer algo.

Ëva esa misma mañana había tomado también una decisión. Iba a jugárselo todo a una carta. Y aquello pasaba por desenterrar el Chip #55 del interior de su brazo. Iba a viajar hasta Grieta. Necesitaba saber lo qué el destino le tenía preparado, para seguir adelante.

Lo que ambos no sabían, es que el destino nunca dispuso que se conocieran, vivían en extremos completamente diferente de una misma galaxia, dentro de un universo infinito. El destino ya había sido cambiado por ellos al conocerse aquella noche y día tras día desde entonces, porque el destino nunca actúa solo.

Aistar entró dentro la crepitante nave con la intención de pilotar hasta el lago Räkjir al mismo tiempo que muy cerca de allí, en la ciudad de Rojo nº4, Ëva cogía un cuchillo y tras coger una buena cantinad de aire en lo pulmones, apretaba fuerte y decididamente los labios hasta hacer un profundo corte en su antebrazo derecho, tres milímetros al sur del chip.

El viento azotaba intensamente la pequeña nave espacial. El frío del espacio calaba en su interior mientras ésta se tamabaleaba con inseguridad viajando hacia el planeta rojo de los sueños de Aistar. Como podía comprobar, el universo no había perdido ni un ápice de su cósmica y mágica belleza en aquel año que había transcurrido ya desde que lo viera así por primera vez.

Ëva, con el chip sangrante descansando sobre la palma de la mano, no sabía lo que estaba por llegar, lo que realmente significaba lo que había hecho.
Salió corriendo después de limpiarse la sangre (roja, igual que la humana), corriendo hacia el lago Räkjir para verlo una vez más antes de volver a la ciudad y pagar por su viaje a Grieta, y la libertad que tanto ansiaba.

Cuando transcurrieron unas cuantas horas, Aistar miró con gesto taciturno y preocupación creciente los controles de la nave. No le gustaba nada el aspecto que tenía la atmósfera de Rojo nº4, no se parecía en absoluto a la que había atravesado en su visita anterior. Por primera vez sintió un gusto a miedo y un atisbo de duda sobre lo que estaba haciendo, si algo iba mal al entrar por la tormentosa atmósfera que tenía frente a sí, sencillamente se desintegraría y en cielo de Rojo nº4 los restos candentes de sí y de la nave parecerían una minúscula lluvia de meteoritos.
Tragó saliva.
Ahí vamos, pensó.
Durante los diez segundos que duró su primer contacto con la atmósfera no pasó nada. Después empezó a perder absolutamente el control de la nave y ésta comenzó a dar girar sobre sí misma a la vez que se precipitaba con la velocidad de un cohete hacia el suelo, todavía una mancha borrosa en el cristal.
Aistar cerró fuertemente los ojos.

Ëva estaba ya muy cerca del lago cuando al otro lado, del que no se atisbaba a ver la orilla, observó un objeto que surcaba como un rayo el cielo dirección al suelo, dejando tras de sí una furiosa columna de humo negro y una estela de calor que chocaba con la lluvia que se abría a su paso. El objeto impactó con un estruendo en el suelo, no se alzaba a ver qué era pero sí las llamas que súbitamente, empezaron a emerger de él.

Ëva echó instantaneamente a correr, con el corazón más asustado de lo que se dejaba pensar.

/Pensado para niños alrededor de 10-11 años/

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